Stolen Birthright: The U.S. Conquest and Exploitation of the Mexican People [El patrimonio robado: La conquista estadounidense y la explotación de los mexicanos]

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Un espíritu del pasado está penando en América.  Pero ese espíritu no es un fantasma — es la emergencia de millones de mexicanos y méxicoamericanos, descendientes de los desterrados, a quienes se les negaron sus patrimonio en el suroeste de los Estados Unidos, y quienes están creciendo en poder y tienen hambre de justicia.

La población actual de México cuenta con casi 105 millones de personas y un 40 por ciento de ellas vive en la pobreza.  Hay, además, 23 millones de residentes de origen mexicano (incluyendo por lo menos 8.8 millones nacidos en México) en los Estados Unidos.  Casi el 73 por ciento de ellos vive en los estados fronterizos de California, Arizona, Nuevo México y Texas — originalmente territorios mexicanos.  Desde fines de los ochenta y en parte de los noventa se ha dado un aumento significativo en la migración de mexicanos a nuevas zonas de los Estados Unidos ya que la demanda de su poder vital de trabajo ha aumentado.  En los últimos veinte años, aproximadamente 9 millones de mexicanos han inmigrado tanto legal como ilegalmente a los Estados Unidos en busca de una vida mejor.  El cálculo actual de indocumentados mexicanos en los Estados Unidos es entre 3 a 4 millones mas otros 300,000 a 400,000 que cruzan la frontera cada año.  No se vislumbra un fin a la inmigración.  El Concejo Nacional de Población estima que la población de ciudadanos mexicanos en los Estados Unidos por lo menos se duplicará para el 2030, alcanzado entre 16 a 18 millones de mexicanos.

Los inmigrantes mexicanos desempeñan los trabajos más peligrosos y de menor remuneración en América.  El 72 por ciento de todos los inmigrantes mexicanos legales y el 91 por ciento de los inmigrantes mexicanos ilegales trabajan en empleos mal pagados, de mano de obra y otras ocupaciones de servicio.  A pesar de su dedicación y mano de obra barata, el 61 por ciento de todos los inmigrantes mexicanos legales y sus hijos nacidos en los Estados Unidos, y el 74 por ciento de todos los inmigrantes mexicanos ilegales y sus hijos nacidos en los Estados Unidos viven justo o debajo del nivel de pobreza estadounidense.  El promedio actual del ingreso anual para los inmigrantes mexicanos legales es 57 por ciento menos que el de los americanos blancos, mientras que los inmigrantes ilegales deben vivir con sólo el 41 por ciento.  Aún después de trabajar en los Estados Unidos por veinte años, el ingreso de los inmigrantes mexicanos es menos en un 60 por ciento que el de los empleados blancos.  Pero a pesar de su situación económica en América, año tras año continúan enviando gran parte de sus ingresos a sus parientes en México.

Los ciudadanos mexicanos que cruzan la frontera legalmente todos los días para trabajar, hacer compras o visitar a familiares hacen fila en las aduanas militarizadas de las fronteras que dividen su tierra natal: Tijuana/San Diego, Mexicali/Calexico, Nogales/Nogales, Agua Prieta/Douglas, Ciudad Juárez/El Paso, Ciudad Acuña/Del Río, Piedras Negras/Eagle Pass, Nuevo Laredo/Laredo, Reynosa/McAllen y Matamoros/Brownsville.  Se estima que un millón de personas cruzan el puente en ambas direcciones al día.  El cruce fronterizo más grande en el mundo es Tijuana/San Diego donde se calcula que 50,000 personas viven en un lado de la frontera internacional y trabajan en el otro.  El cruce en Ciudad Juárez/El Paso es tan activo como éste.  En la actualidad, 12 millones de personas viven a lo largo de la frontera México/Estados Unidos, y se espera que la población se duplique en los próximos diez años.

Entre los puntos de entrada oficiales, la patrulla fronteriza, la guarda costa estadounidense, unidades esporádicas del ejército y las fuerzas aéreas estadounidenses, un gran número de agencias policiales (incluyendo a los conocidos rinches tejanos), pandillas de vigilantes anglo y otros terratenientes armados, patrullan la frontera internacional para vigilar la circulación de desesperados emigrantes mexicanos.

Los mexicanos que intentan cruzar ilegalmente enfrentan formidables obstáculos hechos por el hombre así como por la naturaleza.  Millas de barreras de concreto y acero erigidas para impedir su paso han desviado la circulación de inmigrantes de las zonas seguras, cerca de la civilización, hacia los páramos de los desiertos de Sonora y Chihuahua y los aislados estrechos del ancho y traicionero Río Grande.  Aunque la frontera es observada 24 horas al día por 4 cámaras de vigilancia, telescopios de visión nocturna y sensores sísmicos, los emigrantes logran cruzar.  Un número desconocido de inmigrantes mexicanos muere por insolación o inmersión cada año.  Muchos más mueren heridos en accidentes de tráfico o de ferrocarril.  El abuso hacia los viajeros por parte de traficantes, vigilantes y criminales comunes no se reporta.  Más de un millón de mexicanos se deportan anualmente, pero debido a la poca oportunidad económica en México, muchos regresan a intentar de nuevo.  Los vigilantes americanos de la frontera estiman que sería necesario un ejército de 20,000 agentes de la patrulla fronteriza y un sistema expandido de cercas colosales y otras barreras para hacer frente al flujo de mexicanos que valientemente enfrentan los cruces ilegales.

La migración incontenible de México hacia los Estados Unidos es uno de los mayoresmovimientos de trabajadores y de sus familias de la era moderna.  Esta migración masiva del subdesarrollado sur al opulento norte es el espectro del pasado que pena en América.

Para estar seguros, hay otros fantasmas en la historia que aún vagabundean en los Estados Unidos. Son las sombras de las naciones nativoamericanas — la gente exterminada o empujada hacia la faz de la extinción de su tierra y exiliados a los eriales de América.  Y también están los afroamericanos, en su mayoría descendientes de los sobrevivientes de la esclavitud, algunos asimilados, hasta prosperando, y muchos, con su mano de obra barata innecesaria yapara el capitalismo de los Estados Unidos por sustalleres fugitivos globales, su marginación en las ciudades o encarcelados en el gran sistema de prisión de América.  Estas personas, también, tienen hambre de justicia.  Pero es la gente mexicana laque presenta un desafío único al capitalismo americano, un sistema de explotación que históricamente ha puesto de blanco a las minorías nacionales en su inexorable búsqueda de lucro.

Dos factores elementales han afectado la historia de los mexicanos en los Estados Unidos: uno, a diferencia de los afroamericanos y nativoamericanos, han tenido sus santuarios — las fronteras del suroeste americano y México mismo — lugares en dónde recuperarse de la implacable explotación y regenerarse, y, dos, su poder laboral sigue siendo esencial para el capitalismo americano.  Ambos factores han salvado a los mexicanos del tétrico destino de muchos nativoamericanos y afroamericanos.

Los mexicanos y méxicoamericanos han padecido más de un siglo y medio de explotación y opresión y están emergiendo como una súper fuerza — una fuerza que ya está cambiando el campo social, económico y político de Norte América.  Robo del patrimonio: La conquista estadounidense y la explotación de los mexicanos es la  historia de la expropiación de más de la mitad del terreno de la república de México por los Estados Unidos y la explotación histórica y continua de ese país y  de su gente.  A diferencia de las historias oficiales escritas en ambos lados de la frontera, esta investigación nos lleva a la afirmación de la gente mexicana.

Parte I: Conquista

“El derecho a la conquista no tiene ninguna otra fundación que el derecho de los más fuertes.”
Jean-Jacques Rousseau, The Social Contract

Tierra y riqueza

La producción y división de la riqueza son los pilares de cada comunidad humana.  La base económica de una sociedad determina cómo y dónde vive y trabaja la gente, lo que comen y usan, con quienes forman relaciones y la naturaleza de su interacción social, y su salud, educación y bienestar.  Las sociedades son ricas y pobres por una variedad de factores: la abundancia o la escasez de recursos naturales, el mapa demográfico de la población, la cultura y tecnología de la comunidad, pero, históricamente, los recursos primarios de la riqueza de las naciones han sido la tierra y el trabajo.

Durante principios del siglo diecinueve, cuando empiezael conflicto entre los Estados Unidos y México, la mayoría de la riqueza se produjo porque la agricultura y la tierra cultivable estaban en gran demanda.  Los Estados Unidos, una nueva nación en ese entonces, crecía geométricamente.  La población inicial de menos de 4 millones en 1776 había aumentado a 7 millones en 1810 y a casi 13 para 1830.  Era una población, en su mayoría, de inmigrantes europeos pobres que deseaban tierra.  La expansión territorial, controlada por el gobierno británico antes de la Revolución Americana, se convirtió en una fuerza devastadora después de la independencia, aplastando a su paso a la población indígena y desafiando las demandas de todas las otras naciones en el continente Norte Americano.

Los primeros inmigrantes, predominantemente anglo, desplazaron a los indígenas a través del uso de fuerza y manipulación legal.  Además de las patentes guerras en contra de los nativoamericanos, los angloamericanos socavaron la cultura nativa al degradar el estatus de la tierra como fundación de la comunidad a uno de mercancía vendible.  La práctica indígena del fideicomiso común de la tierra se reemplazó con el concepto de la propiedad privada.  A la gente nativa que no fue arrasada con la primera ola de anglos invasores se les proporcionó títulos de un fragmento de su tierra ancestral y se les desalojó inmediatamente después.  Las fuerzas armadas de varios estados y el gobierno nacional apoyaron estas expropiaciones de tierra.  La resistencia a la toma del poder de los anglos fue castigada severamente y, en muchos casos, resultó en genocidio.  Aislados de una tierra común, la gente indígena cayó en un rápido deterioro.  Su destino se selló cuando los atentados de esclavizarlos y explotar su poder laboral en las plantaciones anglo falló.  Sin valor a los nuevos dueños de la tierra, la gente nativa de América fue enviada a reservaciones o exterminada.

El siglo diecinueve fue la era de la gran apropiación de tierra americana.  Los capitalistas norteños y los especuladores del medio oeste explotaron las demandas de los pobres inmigrantes europeos por granjas de subsistencia al inventar el mito del Destino Manifiesto (la afirmación de que la gente blanca tenía el derecho exclusivo de ocupar Norte América) y promovieron la invasión y ocupación del oeste americano.  Los especuladores de tierra en el sur y los dueños de esclavos, que buscaban grandes terrenos para establecer plantaciones, dominaron y dirigieron la expansión territorial en el sur y en el suroeste.  Sacaron provecho de la venta de la tierra a los hombres pobres libres y de la producción de la agricultura como mercancía vendible utilizando a trabajadores esclavos para obtener inmensas fortunas.  Muchos de los americanos más ricos y poderosos del momento, incluyendo a muchos presidentes estadounidenses, se beneficiaron de ambas formas de explotación.

Para la gente de México tanto la práctica de especulación de la tierra y la institución de la esclavitud fueron anatemas.  Al igual que sus vecinos indígenas al norte, muchos mexicanos jamás trataron a la tierra como una mercancía, y, tan temprano como 1810, el Padre Hidalgo, el patriarca de la Independencia Mexicana, exhortó la muerte de cualquier hombre que esclavizara a otro.  Es ésta contradicción —opiniones irreconciliables en asuntos básicos de tierra y esclavitud— la que creó el conflicto entre anglos y mexicanos, y finalmente, llevó a la invasión y conquista de México.

El imperialismo estadounidense en el sur y en el suroeste

Los Estados Unidos condujo y extendió una campaña de adquisición territorial en contra de sus vecinos del sur en tres operaciones militares premeditadas y despiadadas — la expropiación de la Florida a España en 1819, las secretas artimañas políticas y militares en Texas que al final llevaron a la anexión en 1845 y la infame Guerra de los Estados Unidos en México en 1846 que terminó con el innoble Tratado de Guadalupe Hidalgo.  El Tratado de Gadsden de 1854 obtenido a través del soborno y la extorsión, transfirió aún más territorio mexicano a manos estadounidenses.  La gran apropiación de tierra americana fue una de las más exitosas de la historia — para fines de este periodo de treinta y cinco años los Estados Unidos había robado más de 2.6 millones de kilómetros cuadrados (más de un millón de millas cuadradas) de tierra y el patrimonio de la gente mexicana.  La fuerza que impulsaba al imperialismo americano en el sur y en el suroeste era el establecer un imperio para la institución de la esclavitud.

Un imperio para la esclavitud

Andrew Jackson — el exterminador de indios, especulador de tierras, senador estadounidense, séptimo presidente de los Estados Unidos y dueño de esclavos de por vida — fue el campeón maquiavélico de un imperio estadounidense de esclavos que inevitablemente entró en un conflicto abierto con México.   La expansión de la esclavitud requería más y más tierras y el territorio ocupado por las naciones indígenas en el sureste se convirtió en la primera meta de los esclavistas.  La estrategia de apropiación de Jackson aunque simple era efectiva.  Primero, a los inmigrantes deseosos de tierra se les instigaba a establecerse en el territorio deseado.  Cuando los asentamientos se enfrentaban a la resistencia de los habitantes indígenas, se utilizaba la fuerza militar para castigar a los defensores y forzarlos a ceder sus tierras a los Estados Unidos.  Tan pronto como el tratado se ponía en efecto, el gobierno daba la tierra a esclavistas y a los especuladores que reservaban las mejores parcelas para las plantaciones y vendían el resto a precios exorbitantes al montón de inmigrantes pobres europeos que inundaban el nuevo territorio.

Jackson implementó su estrategia de toma de posesión durante la Guerra de Creek de 1813-14.  Bajo el asalto continuo de los blancos en las tierras natales de los nativos, la nación indígena del Upper Creek empezó a contraatacar, atracando los asentamientos invasores.  La situación se exacerbó por el hecho de que los esclavos fugitivos encontraron santuario con los Upper Creeks y con frecuencia se enlistaban como sus guerreros.  Jackson, para entonces general en el ejército estadounidense, organizó y lideró una expedición punitiva en contra de la nación Upper Creek.  En la culminante batalla de Horseshoe Bend, su ejército de 3,300 soldados bien armados del ejército de los Estados Unidos, milicianos estatales y aliados de los Cherokee y Lower Creek se enfrentó a 1,000 guerreros Upper Creek que estaban haciendo un último esfuerzo para defender su tierra.  Los Upper Creek pelearon valientemente, pero más de 800 de ellos fueron masacrados.  En la secuela de la batalla, Jackson forzó a sus aliados Lower Creek, así como a los Upper Creek derrotados, a firmar un tratado con los Estados Unidos que entregaba casi 8 millones de hectáreas (20 millones de acres) de tierra en lo que después se convertiría en los estados esclavistas de Alabama y Georgia.  Fue también en la batalla de Horseshoe Bend que Jackson descubrió a un joven teniente herido llamado Sam Houston a quien adoptó como su protegido y a quien más tarde convirtió en un agente clandestino en el esquema de Jackson para robar Texas a México y agregarlo al imperio de esclavitud de los Estados Unidos.

El robo de Florida

La expansión de la esclavitud a Florida fue la fuerza motriz detrás de la primera guerra Seminole de 1817.  Los habitantes del norte de Florida, los seminales, eran  refugiados de la opresión anglo y, con entusiasmo, ofrecieron santuario a los esclavos fugitivos.  Los fugitivos establecieron sus propias villas entre la población indígena y llegaron a conocerse como seminoles negros.  Su libertad y prosperidad no era tolerada por los esclavistas del suroeste quienes demandan que se les regresara su propiedad humana.  Una vez más, el general Jackson movilizó a sus tropas y ganaron la causa.

Jackson invadió el territorio español de la Florida en 1817 con tres metas: para capturar y regresar a los seminoles negros a sus antiguos dueños, para animar a los inmigrantes y a los blancos pobres del suroeste a que ocuparan la tierra y para acosar a los españoles que se preparaban para la inminente toma de posesión de los Estados Unidos.  El general Edmund P. Gaines, otro futuro jugador en el esquema de Jackson para robar a Texas, había perseguido a los esclavos fugitivos en Florida el año anterior.  Cuando los seminoles negros fueron rodeados en el Fuerte Negro en el Río Apalachicola se negaron a rendirse a Gaines, éste bombardeó el fuerte con artillería pesada, matando a más de 300 hombres, mujeres y niños.  Al concluir su brutal sitio, Gaines regresó a los sobrevivientes de la masacre a sus antiguos dueños.

La campaña de Jackson en Florida era mucho más ambiciosa que la brutal incursión de Gaines.  Jackson preparó su invasión desde Fuerte Scott y sentó una base fortificada en Fuerte Negro.  Desde ahí, ordenó la marcha de su ejército a San Marks y tomó el fuerte español donde arrestó a un escocés llamado Alexander Arbuthnot que comerciaba con los seminoles y a quien Jackson sospechaba de ser un espía inglés.  Dos días más tarde, Jackson se encaminó a su segundo objetivo, Suwannee, la temida y legendaria meca de esclavos fugitivos.  Estaba enfurecido cuando llegó — su víctima, puesta sobre aviso, había huidoa la seguridad del paraíso del profundo pantano.  Jackson culpó a Arbuthnot, el escocés, y al inglés, Robert C. Ambrister de su derrota y los colgó.  Aunque la acción insolente de Jackson provocó un alboroto internacional y se presentaron cargos en su contra en la cámara de representantes de los Estados Unidos, sus aventuras imperialistas recibieron fuerte apoyo de los Estados Unidos y se le exoneró.

Jackson fracasó en su intento por recuperar o castigar a cualquier esclavo fugitivo en la primera guerra Seminole, pero su acoso a España fue exitoso.  Al enfrentarse con la posibilidad de perder Florida a los americanos hambrientos por tierra sin ninguna compensación, el ministro extranjero de España Luis de Onís firmó un tratado con el Secretario de Estado John Quincy Adams en 1819 donde cedía Florida a los Estados Unidos a cambio de que a España se le diera reconocimiento como propietaria oficial de Texas, California y el vasto territorio de Nuevo México.  La adquisición de Florida agregó 151,670 kilómetros cuadrados (58,560 millas cuadradas) al imperio americano de esclavitud y otros 34,817 kilómetros cuadrados (13,443 millas cuadradas) al oeste americano.  Trece años más tarde, como presidente de los Estados Unidos, Jackson subvertiría el Tratado Adams-Onís  para poder extender su imperio de esclavitud a Texas.

El robo de Texas

Stephen F. Austin, fundador de la primera colonia angloamericana en Texas, estaba consciente del peligro que una república mexicana liberal representaba al imperio de esclavitud estadounidense.  En una carta escrita a su prima, Mary Austin Holley, en vísperas de la insurrección tejana en contra de México, Austin le confesó su ambición por el territorio mexicano:

Texas tiene que ser un país de esclavitud.  Ya no cabe ninguna duda.  Los intereses de Louisiana requieren que así lo sea, una población de abolicionistas fanáticos en Texas podría tener una influencia muy perniciosa y peligrosa sobre la población creciente de esclavos en ese estado. . . .  Una gran inmigración de Kentucky, Tennessee, etc., cada hombre con su rifle o mosquete, nos sería de gran utilidad –bastante utilidad en verdad…  Para concluir — Me gustaría una gran inmigración de Kentucky y Tennessee, de todas partes, con o sin pasaportes, de cualquier forma para este otoño e invierno.  Por catorce años esto se me ha hecho muy difícil, pero no va a intimidar mi valentía o amainar mis esfuerzos por completar el objetivo principal de mi labor — el americanizar Texas.  Este otoño e invierno arreglarán nuestro destino — una gran inmigración ajustará las cuentas.

En Texas, el sueño mexicano de una república democrática que incluiría europeos, africanos y nativoamericanos — un sueño que se hizo realidad después de la independencia de España en 1821 — chocó con la pesadilla de una sociedad racista angloamericana fundada en la explotación y esclavitud y empeñada en la expansión y erradicación de toda oposición.  Los invasores anglos de Texas a quienes más tarde se les canonizó como héroes revolucionarios eran una pandilla de especuladores de tierras, dueños y comerciantes de esclavos y asesinos de indios.  Austin, el primero de los especuladores de tierras en Texas, se llevó a varios esclavos consigo cuando inmigró hacia allá en 1821 e hizo más que cualquier otro americano por establecer y defender la institución de la esclavitud en el México de Texas.  James Walker Fannin quien estableció una plantación de esclavos en Velasco y dirigió el presidio en Goliad bajo una sangrienta bandera pirata, se involucró personalmente en el comercio ilícito de esclavos africanos provenientes de Cuba.  James Bowie, el conocido peleador de cuchillos y asesino, fue especulador de tierras y comerciante sin escrúpulos de esclavos que hizo su fortuna al subvertir la prohibición de esclavitud en los Estados Unidos.  Bowie compró esclavos capturados por el pirata Jean Lafitte en Galveston y los vendió con una ganancia inmensa en Louisiana y Mississippi.  William Barret Travis, quien más tarde fue comandante de la fracasada guarnición anglo en el Alamo, ingresó a Texas ilegalmente, e inmediatamente, empezó a comerciar esclavos.  Como abogado, intentó asegurar el regreso de los esclavos fugitivos de Louisiana a quienes se les había dado asilo en el fuerte mexicano en Anahuac.  David (Davy) Crockett, ex-congresista estadounidense y asesino de indios quien había participado en la masacre del pueblo Creek de Tallussahatchee bajo Andrew Jackson, fue a Texas en busca de fortuna en la especulación de tierras.  Y finalmente, pero no menos importante, está Sam Houston, quien entró a Texas en 1832 como un agente secreto para Jackson (a quien habían elegido presidente de los Estados Unidos en 1828) y fue remunerado generosamente por su participación en la toma de posesión americana de Texas — se convirtió en un terrateniente y dueño de esclavos adinerado con una ilustre carrera política en la República de Texas y, después de su anexión, en senador estadounidense para el estado de Texas.

La estrategia utilizada para robar Texas fue una que se probó y comprobó en el sureste y Florida — primero para ocupar y después para tomar el control político por medio de amenazas o armas.  México cayó en la trampa cuando permitió la inmigración en 1821 hacia Texas al otorgar contratos a los empresarios (Austin fue el primer empresario angloamericano) para que se establecieran en la tierra y supervisaran a los inmigrantes.  En ese momento, la economía de los Estados Unidos estaba en una gran depresión, y la posibilidad de tierra barata atrajo a los nuevos inmigrantes y a los americanos de bajos recursos a Texas, donde la cabeza de familia, hombre o mujer, podía obtener 1,865 hectáreas (4,605 acres) de tierra por un costo de $184 (aproximadamente cuatro centavos por acre) pagadero en seis años.  Esto contrastaba profundamente con el costo de tierra no desarrollada en el territorio estadounidense en ese momento — $1.25 por acre por 80 acres ($100), pagadero a los especuladores de tierras al momento de la compra.

Las ofertas de tierras de México fueron más que generosas, pero había estrictas limitaciones para los inmigrantes — la ley mexicana requería que en verdad cultivaran la tierra y específicamente prohibía la especulación de tierras.  Inicialmente, la ley permitió que los inmigrantes llevaran a esclavos consigo, pero declaró que los niños que nacían de los esclavos en territorio mexicano serían puestos en libertad al cumplir catorce años de edad.  La ley también prohibió el tráfico de esclavos en territorio mexicano.  Cuando Austin recibió un permiso para establecer a 300 familias en Texas en 1821, la compuerta se abrió no sólo a la inmigración angloamericana, sino también a la esclavitud y a la especulación de  tierras.  Para 1829 la población libre de Texas era aproximadamente 20,000, y la población de esclavos contaba con 1,100.

Los colonizadores anglos en Texas se dividieron en dos campos — la mayoría eran agricultores y rancheros de subsistencia que estaban dispuestos a vivir y trabajar con sus vecinos mexicanos.  Estos colonizadores eran, en su mayoría, federalistas leales que querían establecer un estado independiente dentro de la república mexicana.  El grupo minoritario de colonizadores anglo — los dueños de esclavos y especuladores de tierras — temían perder sus fortunas bajo la ley mexicana y veían la anexión a los Estados Unidos como su única esperanza.

El general José María Tornel, quien investigó Texas para el gobierno mexicano en 1828-29, vio que se avecinaban problemas e identificó el peligro que representaban los inmigrantes anglos licenciosos.  Sabía cuán importante era el rico territorio para el futuro de los mexicanos y claramente entendió la influencia corrupta de la esclavitud y de la especulación de tierras: “Los especuladores de tierras en Texas han intentado convertirla en un centro comercial de carne humana donde se puede vender a los esclavos del Sur y los de África pueden introducirse, ya que no es posible hacerlo directamente a través de los Estados Unidos.”  El decreto de 1829 de Guerrero, presidente mexicano, abolió la esclavitud en la república, provocó a los dueños de esclavos anglos y a los especuladores de tierras y pavimentó el camino para la insurrección abierta.

La ayuda esperaba a los conspiradores en la Casa Blanca de los Estados Unidos.  El presidente Jackson, quien no podía ayudar a la conspiración abiertamente debido al fuerte debate sobre la esclavitud en los Estados Unidos y las restricciones del tratado Adams-Onís de 1819, inició la primera acción clandestina en contra de una nación extranjera en el territorio estadounidense.  Para ejecutar su plan utilizó a Sam Houston, su protegido político y agente dentro de Texas, y al General Edmund P. Gaines, ahora el comandante del ejército de la División del Suroeste del ejército de los Estados Unidos.

El esquema de Jackson fue un refinamiento de la estrategia que había llevado a cabo en la Florida.  Después de que México se opusiera repetidamente a la venta de Texas a los Estados Unidos, Jackson plantó los cimientos para su plan secreto de toma de posesión al abiertamente declarar que el tratado Adams-Onís se escribió incorrectamente y que la frontera actual entre los Estados Unidos y México no era el Río Sabine (que estaba marcado claramente como la frontera internacional en el mapa original del tratado) sino el Río Neches a 139 kilómetros (86 millas) al oeste.  Los agentes de Jackson abiertamente animaron a los americanos a que ocuparan el territorio “disputado.”  Si el ejército mexicano pudiera ser atraído a través de Neches, Jackson ordenaría al General Gaines que cruzara el Río Sabine para enfrentar al enemigo y así “proteger la vida y territorio americano.”  Encendería la guerra y los Estados Unidos empezaría la conquista, no sólo de Texas, sino también de todo el México que el ejército pudiera tomar.  Las extensas tierras mexicanas de la parte superior de California y Nuevo México, aparte de Texas, habían sido premios deseados por mucho tiempo.

La situación política ya era tensa en 1832 cuando Sam Houston, habiendo llegado directamente después de una reunión con el presidente Jackson en Nashville, entró en Texas e inmediatamente se unió a la facción de colonizadores anglo abogando por una guerra con México.  Estableció un bufete de abogados en Nacogdoches y se convirtió en un delegado de la Convención de 1833 de colonizadores.  Por los próximos dos años, lanzó una campaña implacable por la guerra.  Bajo la intensa presión de otros confederados de Jackson, la Consulta de 1835, la segunda convención de colonizadores, nombró a Houston al puesto de Comandante General y lo autorizó para organizar al ejército regular y prepararlo para la guerra.

El enfrentamiento con México se dio cuando el general Santa Anna cruzó el Río Grande encabezando al ejército mexicano para sofocar la insurrección organizada en el norte.  A diferencia de la leyenda tejana, Houston no tenía la intención de pelear con Santa Anna — su trabajo era lanzarle el anzuelo.  Tan pronto como Houston tomó el mando del ejército de Texas en Gonzales, ordenó que retrocediera.  Las noticias de la derrota de la guarnición anglo en el Alamo y los rumores de que Santa Anna intentaba liberar a todos los esclavos en Texas y alentarlos a ocupar las tierras de sus antiguos dueños precipitó un éxodo masivo a Louisiana.  En lo que se conoce como The Runaway Scrape, los tejanos en pánico, bajo la guía de Houston, llevaron su ganado y esclavos a Nacogdoches, al otro lado del Río Neches y dentro del territorio “disputado” de Jackson.

Tan pronto como el presidente Jackson recibió un informe sobre la situación en Texas, ordenó que el general Gaines reuniera sus fuerzas y se preparara para cruzar el Sabine.  Gaines estaba listo.  Había explorado el sitio de su emboscada con cuidado — San Agustín, localizado 45 kilómetros (28 millas) dentro del territorio mexicano.  El destino de Texas –tal vez todo México — se decidiría en una batalla en la profundidad de un bosque tupido de pinos 58 kilómetros (36 millas) al este de Nacogdoches.  Lo más probable era que ganara Gaines; las tropas de Santa Anna quedarían exhaustas de la larga marcha y estarían operando en un terreno no familiar, mientras las tropas de Gaines estaban frescas y armadas con armas superiores.  Además, Gaines disfrutaba de las ventajas tácticas de resguardo y sorpresa.

Se tendió la trampa y el anzuelo pero nunca funcionó.  Los colonizadores de Texas en el Runaway Scrape descubrieron el plan de Jackson.  Se dieron cuenta que si seguían a Houston a Nacogdoches el control de Texas caería en las manos del presidente y en su camarilla de propietarios de esclavos y especuladores de tierras.  Cuando la milicia de Texas rechazó a Houston y se devolvió para enfrentarse a Santa Anna, no tuvo otra opción que seguirlos.  La derrota del ejército de México en San Jacinto selló el destino de Texas.  Poco después de la entrega de Santa Anna, los especuladores de tierras y los dueños de esclavos de Texas pidieron la anexión inmediata de los Estados Unidos, pero su llamado no recibió respuesta por la oposición de las fuerzas abolicionistas en el senado estadounidense.  Texas no sería parte oficial del imperio estadounidense de la esclavitud por otros nueve años.

La toma de tierras de Texas fue frenética.  El otorgamiento de tierras mexicanas a los blancos había empezado un mes antes de la Batalla de San Jacinto.  La Constitución de 1836, otorgó tierra a todas las cabezas de familia viviendo en Texas el 4 de marzo de 1836, “excepto a africanos, descendientes de africanos e indios,” se les dieron 1,865 hectáreas (4,605 acres) de tierra, mientras a los hombres solteros se les daban 598 hectáreas (1,476 acres).  El siguiente año, la República de Texas repartió más tierra  ya que los botines de la guerra aumentaban — 2.6 kilómetros cuadrados (una milla cuadrada) de tierra se le entregó a cada una de las personas que habían participado en la Batalla de San Jacinto, los hombres que habían sido heridos el día anterior, o aaquellos a quienes se les había ordenado que cuidaran del tren de equipaje.  Más órdenes de recompensas se les dieron a todos los hombres que habían participado en la toma de Bexar, en cualquiera de las dos campañas de Goliad, en la batalla del Alamo o a sus sobrevivientes.  Más tarde, las leyes proporcionaron cesiones de terreno generosas para atraer a nuevos colonos y promover la esclavitud.  A pesar de las fronteras disputadas por el oeste y el sur, la insurrección de Texas transfirió otro millón de kilómetros cuadrados (más de 390,000 millas cuadradas) de territorio mexicano a manos de anglos.

La toma de Texas demostró ser una bendición para el imperio de esclavitud del sur.  Aunque no hay un censo fidedigno de la población anglo en la temprana Texas, los listados de impuesto indican que la población de esclavos se expandió de un cálculo aproximado de 5,000 en 1836 a 22,555 en 1845, un incremento de más de un 450 por ciento.  Apenas cinco años después, en 1850, los esclavos superaban en números a los hombres libres en seis condados del este de Texas y representaban entre 25 a 50 por ciento de la población en otros veintinueve.  Para 1861, cuando Texas se separó de los Estados Unidos y se unió a la Confederación, la población de esclavos, que había crecido con más rapidez que la de los ciudadanos libres, estaba llegando a 200,000.

Los desposeídos: Exilio y repatriación

La población mexicana que permaneció en la República de Texas enfrentó una hostilidad abierta y la constante amenaza de violencia.  Muchas familias fueron forzadas a abandonar su tierra, ganado y posesiones y tratar de salvar sus vidas.  Independientemente de su estatus social, ningún mexicano estaba a salvo en el territorio.  La familia de Martín De León, empresario y fundador de la próspera colonia mexicana de Victoria en el sur del Río Guadalupe, huyó a Louisiana detrás de Agapito, uno de sus hijos, fue asesinado por Mabry B. “Mustang” Gray, a quien se le atrapó robando ganado de De León, y Fernando, otro de sus hijos, fue herido en una confrontación similar.  Otros residentes mexicanos de Victoria, incluyendo a las familias Benavides y Carbajal, fueron expulsados de sus granjas y ranchos hacia el exilio.

Juan Seguín, quien había organizado a la unidad mexicana de la milicia de Texas que sirvió como la guardia de resguardo del ejército de Sam Houston, y quien luchó con valentía en la batalla de San Jacinto y fue el único mexicano que sirvió en el senado de la república de Texas, fue atacado por los anglos y eventualmente tuvo que huir a la seguridad de México y llevarse a su familia consigo.  Para fines de 1840 más de 200 prominentes familias españolas que habían vivido en San Antonio desde principios de 1800 habían desaparecido, sus propiedades habían sido confiscadas por los blancos.  El único santuario para los refugiados en la república interina estaba en los asentamientos mexicanos a lo largo del Río Grande, especialmente en el valle bajo del río.

El conflicto armado entre México y el Texas anglo continuó a través del periodo entre la insurrección en 1836 y la invasión de México diez años más tarde.  México no aceptó la pérdida de Texas, y Texas buscó expandir su propiedad territorial a través de la acción militar.  El ejército mexicano entró en Texas en 1842 en una campaña infructuosa para recuperar el territorio perdido, y los anglo-tejanos mandaron una expedición expansionista al territorio de Nuevo México en 1841 que resultó en  un fiasco en Santa Fe.  Los anglos lanzaron una expedición punitiva al estado de Tamaulipas en México en 1842 que terminó en un desastre en la Ciudad Mier.  Finalmente el destino de Texas no se selló hasta que los Estados Unidos declaró una guerra máxima en contra de México en 1846-1848.

La esclavitud continuó siendo un tema candente en la frontera del sur.  Los esclavos fugitivos de las plantaciones del este de Texas y Louisiana sabían que la libertad los esperaba al otro lado del Río Grande.  Y aunque las patrullas de los Texas Rangers, los caza recompensas, los vigilantes armados y la barrera natural del chaparral del sur de Texas los separaba de la libertad, los esclavos continuaron huyendo, con frecuencia con la ayuda de los mexicanos que simpatizaban con ellos.  A los fugitivos se les dio asilo en México y los tiroteos eran comunes cuando los cazadores de esclavos cruzaban el río en busca de sus víctimas fugitivas.  La continua presión de defender y extender el imperio de esclavitud del sur fue un factor primordial en la decisión estadounidense de invadir y conquistar a México.

A ghost from the past is haunting America.  But this ghost is no phantasm — it is the emergence of millions of Mexicans and Mexican Americans, descendants of the people who were dispossessed of their land and denied their birthright in the southwestern United States, who are growing in power and hungering for justice.

The present population of Mexico is about 105 million people with a full 40 percent living in poverty.  There are an additional 23 million residents of Mexican origin (including at least 8.8 million Mexican-born) in the United States.  Almost 73 percent of them live in the border states of California, Arizona, New Mexico, and Texas — originally Mexican territory.  Beginning in the late 1980s and continuing into the 1990s, there has been a significant migration of Mexicans into new areas of the U.S. as the demand for their vital labor power has grown.  In the past twenty years, nearly 9 million Mexicans have migrated, both legally and illegally, to the United States in search of a better life.  The current estimate of undocumented Mexicans in the U.S. is between 3 and 4 million with another 300,000 to 400,000 crossing the border each year.  And there is no end of the migration in sight.  Mexico’s National Population Council predicts that the Mexican-born population in the U.S. will at least double by 2030, reaching 16 to 18 million.

Mexican immigrants work the most dangerous and lowest paid jobs in America.  Seventy-two percent of all legal Mexican immigrants and 91 percent of all illegal Mexican immigrants work in low-paying blue-collar or service occupations.  Despite their thrift and hard work, 61 percent of all legal Mexican immigrants and their U.S. born children and 74 percent of all illegal Mexican immigrants and their U.S. born children live at or under the U.S. poverty level.  The current average annual income for legal Mexican immigrants is 57 percent that of white Americans, while illegal immigrants have to live on only 41 percent.  Even after 20 years of working in the U.S., the income of Mexican immigrants is less than 60 percent that of white workers.  But despite their economic status in America, year after year they continue to send a significant share of their earnings back to relatives in Mexico.

Mexican citizens who cross the border legally every day to work, shop, or visit family line up at checkpoints on the militarized border that partitions their original homeland: Tijuana/San Diego, Mexicali/Calexio, Nogales/Nogales, Agua Prieta/Douglas, Ciudad Juárez/El Paso, Ciudad Acuña/Del Rio, Piedras Negras/Eagle Pass, Nuevo Laredo/Laredo, Reynosa/McAllen, and Matamoros/Brownsville.  An estimated 1 million people a day legally cross the border in both directions.  The largest border crossing in the world is at Tijuana/San Diego where an estimated 50,000 people live on one side of the international boundary and work on the other.  The Ciudad Juárez/El Paso crossing is almost as busy.  Presently, 12 million people live along the Mexico-U.S. border, and the population is expected to double in the next ten years.

Between official points of entry, the U.S. Border Patrol, the U.S. Coast Guard, occasional units from the U.S. Army and Air Force, numerous state and local police agencies (including the notorious Texas Rangers), gangs of Anglo vigilantes, and armed landowners patrol the international border to check the flow of desperate Mexican migrants.

Mexicans who attempt illegal crossings also face formidable man-made and natural obstacles.  Miles of concrete and steel barriers erected to block their passage have diverted the flow of immigrants from the safer areas near civilization into the wastelands of the Sonoran and Chihuahuan deserts and deserted stretches of the broad and treacherous Rio Grande.  Though the border is monitored 24 hours a day by surveillance cameras, night-vision scopes, and seismic sensors, the migrants get through.   Unknown numbers of Mexican immigrants die of heat exposure or drowning every year.  Scores more die or are injured in traffic and railroad accidents.  The toll taken on the travelers by traffickers, vigilantes, and common criminals goes unreported.  Over a million Mexicans are turned back annually, but, because there is little economic opportunity in Mexico, many return to try again.  American border watchers estimate that it would take an army of 20,000 Border Patrol Agents and an expanded system of formidable fences and other barriers to stem the flow of Mexicans who brave illegal crossings.

The unstoppable migration from Mexico to the U.S. is one the largest movements of workers and their families in the modern age.  This mass migration from the underdeveloped South to the affluent North is the specter from the past that is haunting America.

To be sure, there are other ghosts of history still lingering the U.S.  There are the shades of the Native American nations — people exterminated or driven to the edge of extinction for their land and exiled to the wastelands of America.  And there are the African American people, mostly descendents of the survivors of slavery, some assimilated, even prospering, and many, their cheap labor no longer needed by U.S. capitalism because of its global runaway shops, ghettoized in the cities or incarcerated in the vast prison system of America.  These people, too, hunger for justice.  But it is the Mexican people who present a unique challenge to American capitalism, a system of exploitation that has historically targeted national minorities in its unrelenting quest for profit.

Two elemental factors have affected the history of Mexicans in the U.S.: first, unlike both the African American and Native American people, they have had sanctuaries — the borderlands of the American Southwest and Mexico itself — places to recuperate from the relentless exploitation and regenerate, and, second, their labor power remains essential to American capitalism.  These two factors have saved the Mexican people from the dismal fate of so many Native and African Americans.

Mexicans and Mexican Americans have endured over a century and a half of exploitation and oppression and are emerging as a powerful force — a force that is already changing the social, economic, and political landscape of North America.  Stolen Birthright: The U.S. Conquest and Exploitation of the Mexican People is a history of the expropriation of over one half of the landmass of the republic of Mexico by the United States and the historic and continuing exploitation of that country and its people.  Contrary to the official histories written on both sides of the border, this inquiry leads to an affirmation of the Mexican people.

Part I: Conquest

“The right of conquest has no foundation other than the right of the strongest.”

Jean-Jacques Rousseau, The Social Contract

Land and Wealth

The production and division of wealth are the cornerstones of every human community.  The economic base of a society determines how and where people live and work, what they eat and wear, with whom they form relationships and the nature of their social interaction, and their health, education, and welfare.  Societies are rich or poor because of a variety of factors: the abundance or scarcity of natural resources, the demographics of the population, the culture and technology of the community, but, historically, the primary sources of the wealth of nations have been land and labor.

During the early 19th century, when the conflict between the United States and Mexico began, most wealth was produced by agriculture and arable land was in great demand.  The United States, a new nation then, was growing geometrically.  The initial population of less than 4 million in 1776 had increased to 7 million in 1810 and nearly 13 million by 1830.  It was largely a population of poor European immigrants who were hungry for land.  Territorial expansion, held in check by the British government before the American Revolution, became a juggernaut after independence, crushing the indigenous population in its path and challenging the claims of all other nations on the North American continent.

The early immigrants, predominately Anglos, displaced the indigenous peoples by force and legal manipulation.  In addition to the overt wars against the Native Americans, the Anglo-Americans undermined Native culture by degrading the status of the land from being the foundation of the community to just another marketable commodity.  The indigenous practice of communal trusteeship of land was replaced by the concept of land as private property.  Native people who were not swept aside by the first wave of invading Anglos were granted title to a fragment of their ancestral land and evicted shortly thereafter.  The armed forces of the various states and the national government enforced these land expropriations.  Resistance to the Anglo takeover was severely punished and, in many instances, resulted in genocide.  Alienated from their communal lands, the indigenous people fell into rapid decline.  Their fate was sealed when attempts to enslave them and exploit their labor power on Anglo-owned plantations failed.  Of no use to the new masters of the land, the native people of America were either removed to reservations or exterminated.

The 19th century was the era of the great American land-grab.  Northern capitalists and mid-western land speculators exploited the demands of poor European immigrants for subsistence farms by concocting the myth of Manifest Destiny (the claim that white people had the exclusive right to occupy North America) and promoting the invasion and occupation of the American West.  Southern land speculators and slaveholders, who sought large tracts of land for the establishment of plantations, dominated and directed territorial expansion in the South and Southwest.  Profiteering from land sales to poor freemen and agricultural commodity production utilizing slave labor created immense fortunes.  Many of the richest and most powerful Americans of the time, including many U.S. presidents, profited from both forms of exploitation.

To the people of Mexico both the practice of land speculation and the institution of slavery were anathemas.  Like their indigenous neighbors to the north, most Mexicans never treated land as a commodity, and, as early as 1810, Father Hidalgo, the patriarch of Mexican independence, advocated death to any man who would enslave another.  It is this contradiction—irreconcilable views on the basic issues of land and slavery—that brought the Anglos and Mexicans into conflict and ultimately led to the invasion and conquest of Mexico.

U.S. Imperialism in the South and Southwest

The United States conducted an extended campaign of territorial acquisition against its southern neighbors in three premeditated and ruthless military operations — the expropriation of Florida from Spain in 1819, the covert political and military machinations in Texas that ultimately led to annexation in 1845, and the infamous War of the United States on Mexico in 1846 that ended with the ignoble Treaty of Guadalupe Hidalgo.  The Gadsden Treaty of 1854, secured by bribery and extortion, transferred even more Mexican territory into U.S. hands.  The great American land-grab was one of the most successful in history — by the end of this thirty-five year period the United States had stolen more than 2.6 million square kilometers (over one million square miles) of land and the birthright of the Mexican people.  The driving force of American imperialism in the South and Southwest was to establish an empire for the institution of slavery.

An Empire for Slavery

Andrew Jackson — Indian exterminator, land speculator, U.S. Senator, seventh President of the United States, and lifetime slaveholder — was the Machiavellian champion of the southern U.S. slave empire that inevitably came into open conflict with Mexico.  The expansion of slavery required increasingly more land and the territory occupied by the Indian nations of the Southeast became the slaveholders’ first target.  Jackson’s takeover strategy was simple but effective.  First, land-hungry immigrants would be encouraged to settle in the coveted territory.  When these settlements met resistance from the indigenous inhabitants, military force would be used to punish the defenders and force them to cede their land to the United States.  As soon as a treaty was in effect, the government would turn the land over to the slaveholders and speculators who would reserve the best parcels for plantations and sell the rest at exorbitant prices to the hoard of poor European immigrants that would flood into the new territory.

Jackson implemented his takeover strategy during the Creek War of 1813-14.  Under steady assault from whites in their native homelands, the Upper Creek indigenous nation began to fight back, raiding the encroaching settlements.  The situation was exacerbated by the fact that runaway slaves found sanctuary with the Upper Creeks and often joined the ranks of their warriors.  Jackson, then a general in the U.S. Army, organized and led a punitive expedition against the Upper Creek nation.  At the culminating Battle of Horseshoe Bend, he pitted his army of 3,300 well-armed U.S. Army regulars, state militiamen, and both Cherokee and Lower Creek allies, against 1,000 Upper Creek warriors who were making a final stand to defend their homeland.  The Upper Creeks fought bravely, but over 800 of them were slaughtered.  In the aftermath of the battle, Jackson forced his Lower Creeks allies, as well as the defeated Upper Creeks, to sign a treaty with the United States that surrendered nearly 8 million hectares (20 million acres) of land in what later became the slave states of Alabama and Georgia.  It was also at the Battle of Horseshoe Bend that Jackson noticed a wounded young lieutenant named Sam Houston whom he adopted as a protégé and who would later become an undercover agent in Jackson’s scheme to steal Texas from Mexico and add it to the U.S. empire of slavery.

Stealing Florida

 The expansion of slavery into Florida was the driving force behind the First Seminole War of 1817.  The inhabitants of northern Florida, the Seminoles, were themselves refugees from Anglo oppression and wholeheartedly offered sanctuary to fugitive slaves.  These runaways established their own villages among the indigenous population and became known as Black Seminoles.  Their freedom and prosperity were intolerable to southern slaveholders who demanded the return of their human property.  Again General Jackson mobilized his troops and championed the cause.

Jackson invaded the Spanish territory of Florida in 1817 with three goals: to capture and return the Black Seminoles to their former owners, to encourage immigrants and poor southern whites to occupy the land, and to harass the Spanish in preparation for an impending U.S. takeover.  General Edmund P. Gaines, another future player in Jackson’s scheme to steal Texas, had pursued runaway slaves into Florida the year before.  When the Black Seminoles surrounded at Fort Negro on the Apalachicola River refused to surrender to Gaines, he shelled the fort with heavy artillery, killing over 300 men, women, and children.  At the conclusion of his brutal siege, Gaines returned the survivors of the massacre to their former masters.

Jackson’s campaign in Florida was much more ambitious than Gaines’s brutal foray.  Jackson staged his invasion from Fort Scott and established a fortified base at Fort Negro.  From there, he marched his army to St. Marks and seized the Spanish fort where he arrested a Scotsman by the name of Alexander Arbuthnot who traded with the Seminoles and whom Jackson suspected was an English spy.  Two days later, Jackson headed for his next objective, Suwannee, the feared and fabled mecca for runaway slaves.  He was exasperated when he got there — forewarned, his prey had vanished into the safe haven of the deep swamp.  Jackson blamed his failure on the Scotsman Arbuthnot and an Englishman named Robert C. Ambrister and summarily hanged them both.  Although Jackson’s brash action sparked an international uproar and he was brought up on charges in the U.S. House of Representatives, his imperialistic adventures had strong backing in the U.S. and he was exonerated.

Jackson failed to recover or punish any runaway slaves in the First Seminole War, but his harassment of Spain was successful.  Faced with the prospect of losing Florida to the land-hungry Americans without any compensation, Spanish foreign minister Luis de Onís signed a treaty with the Secretary of State John Quincy Adams in 1819 ceding Florida to the U.S. in return for official recognition of Spanish claims to Texas, California, and the vast territory of New Mexico.  The acquisition of Florida added 151,670 square kilometers (58,560 square miles) to the American empire of slavery and another 34,817 square kilometers (13,443 square miles) to the American West.  Thirteen years later, as President of the United States, Jackson would subvert the Adams-Onís Treaty in order to expand the empire of slavery into Texas.

Stealing Texas

Stephen F. Austin, founder of the first Anglo-American colony in Texas, was well aware of the danger that the liberal Mexican republic presented to the U.S. empire of slavery.   In a letter written to his cousin, Mary Austin Holley, on the eve of the Texas insurrection against Mexico, Austin confided his ambitions for the Mexican territory:

Texas must be a slave country.  It is no longer a matter of doubt.  The interest of Louisiana requires that it should be, a population of fanatical abolitionists in Texas would have a very pernicious and dangerous influence on the overgrown slave population of that state. . . . A great immigration from Kentucky, Tennessee etc, each man with his rifle or musket, would be of great use to us — a very great use indeed. . . . To conclude — I wish a great immigration this fall and winter from Kentucky and Tennessee, every where, passports or no passports, any how.  For fourteen years I have had a hard time of it, but nothing shall daunt my courage or abate my exertions to complete the main object of my labors — to Americanize Texas.  This fall, and winter, will fix our fate — a great immigration will settle the question.

In Texas, the Mexican dream of a democratic republic that would include Europeans, Africans, and Native Americans — a dream that came to life after independence from Spain in 1821 — clashed with the nightmare of a racist Anglo-American society founded on exploitation and slavery and bent on expansion and the eradication of all opposition.  The Anglo invaders of Texas later canonized as revolutionary heroes were a gang of land speculators, slaveholders, slave traders, and Indian killers.  Austin, the first of the land speculators in Texas, took slaves with him when he immigrated there in 1821 and did more than any other American to establish and defend the institution of slavery in Mexican Texas.  James Walker Fannin, who established a slave plantation at Velasco and commanded the presidio at Goliad under a bloody pirate flag, was personally involved in the illegal African slave trade from Cuba.  James Bowie, the notorious knife-fighter and murderer, was a land speculator and unscrupulous slave trader who made his fortune by subverting the ban on the slave trade in the U.S.  Bowie bought captured slaves from the pirate Jean Laffite in Galveston and sold them for immense profit in Louisiana and Mississippi.  William Barret Travis, later commander of the ill-fated Anglo garrison at the Alamo, entered Texas illegally and, immediately upon his arrival, began trading in slaves.  As an attorney, he attempted to secure the return of runaway slaves from Louisiana who had been granted asylum in the Mexican fort at Anahuac.  David (Davy) Crockett, former U.S. congressman and Indian killer who had participated in the massacre of the Creek town of Tallussahatchee under Andrew Jackson, went to Texas seeking his fortune in land speculation.  And last, but not least, there was Sam Houston, who entered Texas in 1832 as an undercover agent for Jackson (who had been elected President of the U.S. in 1828) and was rewarded handsomely for his part in the American takeover of Texas — he became a wealthy landowner and slaveholder with an illustrious political career in the Republic of Texas and, after annexation, as a U.S. Senator from the State of Texas.

The strategy employed to steal Texas was the one tested and proven in the Southeast and Florida — first to occupy and then to seize political control by threat or force of arms.  Mexico fell into the trap when it opened Texas to immigration in 1821 by granting contracts to empresarios (Austin was the first Anglo-American empresario) who were to settle the land and supervise the immigrants.  At that time, the U.S. economy was in a deep depression, and the prospect of inexpensive land attracted new immigrants and poor Americans to Texas where the head of a family, male or female, could claim 1,865 hectares (4,605 acres) of land at a total cost of $184 (about four cents per acre) payable in six years.  This contrasted sharply with the cost of undeveloped land in U.S. territory at the time — $1.25 per acre for 80 acres ($100), payable to the land speculators at the time of purchase.

Mexico’s land offers were more than generous, but there were strict limitations on the immigrants — Mexican law required them to actually work the land and specifically prohibited land speculation.  Initially, the law allowed immigrants to bring slaves with them, but it declared that children born to slaves in Mexican territory would be free at the age of fourteen.  The law also prohibited slave trading in Mexican territory.  When Austin received a permit to settle 300 families in Texas in 1821, the floodgate was opened, not only to Anglo-American immigration, but to slavery and land speculation as well.  By 1829 the free population of Texas was approximately 20,000, and the slave population numbered about 1,100.

The Anglo colonists in Texas were divided into two camps — the majority were subsistence farmers and ranchers willing to live and work with their Mexican neighbors.  These colonists were, by and large, loyal Federalists who wanted to establish an independent state within the Mexican republic.  The minority camp of Anglo colonists — the slave owners and land speculators — feared for their fortunes under Mexican law and saw annexation by the United States to be their only hope.

General José María Tornel, who investigated Texas for the Mexican government in 1828-29, saw trouble coming and identified the danger posed by the lawless Anglo immigrants.  He knew how important the rich territory was to the future of the Mexican people and clearly understood the corrupting influence of slavery and land speculation: “The land speculators of Texas have tried to convert it into a mart of human flesh where the slaves of the South might be sold and others from Africa might be introduced, since it is not possible to do it directly through the United States.”  Mexican President Guerrero’s subsequent edict of 1829, abolishing slavery in the republic, galvanized the Anglo slaveholders and land speculators and paved the way for open insurrection.

Help was waiting for the conspirators in the U.S. White House.  President Jackson, who could not aid the conspiracy openly because of the raging debate over slavery in the United States and the legal restraint of the Adams-Onís Treaty of 1819, initiated the first covert action against a foreign nation in U.S. history.  To execute his plan he utilized Sam Houston, his political protégé and agent inside Texas and General Edmund P. Gaines, now the military commander of the Southwest Division of the U. S. Army.

Jackson’s Texas scheme was a refinement of the strategy that he developed in Florida.  After Mexico repeatedly refused to sell Texas to the U.S., Jackson laid the foundation for his covert takeover plan by openly asserting that the Adams-Onís Treaty had been written incorrectly and that the actual border between the United States and Mexico was not the Sabine River (which was clearly marked as the international boundary on the original treaty map) but the Neches River 139 kilometers (86 miles) to the west.  Jackson’s agents openly encouraged Americans to occupy this “disputed” territory.  If the Mexican army could be lured across the Neches, Jackson would order General Gaines to cross the Sabine to engage the enemy in order to “protect American lives and territory.”  The war would be on and the U.S. would begin the conquest, not only of Texas, but also as much of Mexico as the army could seize.  The vast Mexican lands of Upper California and New Mexico, in addition to Texas, had long been coveted prizes.

The political situation was already tense in 1832 when Sam Houston, coming directly from a meeting with President Jackson in Nashville, entered Texas and immediately joined the faction of Anglo colonists advocating war with Mexico.  He set up a law practice in Nacogdoches and became a delegate to the colonists’ Convention of 1833.  For the next two years, he agitated unrelentingly for war.  Under intense pressure from other Jackson confederates, the Consultation of 1835, the second convention of the colonists, appointed Houston to the post of Major General and authorized him to organize a regular army and prepare it for war.

The showdown with Mexico came when General Santa Anna crossed the Rio Grande at the head of the Mexican army to quell the mounting insurrection in the North.  Contrary to Texas legend, Houston had no intention of fighting Santa Anna — his job was to bait him.  As soon as Houston took command of the Texas army at Gonzales, he ordered a retreat.  News of the defeat of the Anglo garrison at the Alamo and rumors that Santa Anna intended to free all of the slaves in Texas and encourage them to occupy the lands of their former masters precipitated a mass exodus towards Louisiana.  In what became known as The Runaway Scrape, the panicked Texans, under the shepherding of Houston, drove their cattle and slaves towards Nacogdoches, located across the Neches River and inside Jackson’s “disputed” territory.

As soon as President Jackson received a dispatch on the situation in Texas, he ordered General Gaines to muster his forces and prepare to cross the Sabine.  Gaines was ready.  He had scouted the site of his ambush carefully — San Augustine, located 45 kilometers (28 miles) inside Mexican territory.  The fate of Texas — perhaps all of Mexico — would be decided in battle deep in the dense pine forest 58 kilometers (36 miles) east of Nacogdoches.  The odds were in Gaines’s favor; Santa Anna’s troops would be exhausted from the long march and operating in unfamiliar terrain, while Gaines’s troops were fresh and armed with superior weapons.  In addition, Gaines would enjoy the tactical advantages of cover and surprise.

The trap was set and baited but never sprung.  The Texas colonists in The Runaway Scrape discovered Jackson’s plan.  They realized that if they followed Houston to Nacogdoches the control of Texas would fall into the hands of the President and his cabal of slaveholders and land speculators.  When the Texas militia spurned Houston and turned back to confront Santa Anna, he had no choice but to follow them.  The defeat of the Mexican Army at San Jacinto sealed the fate of Texas.  Shortly after the surrender of Santa Anna, the land speculators and slaveholders of Texas called for immediate annexation by the U.S., but their call went unanswered because of the opposition by abolitionist forces in the U.S. Senate.  Texas would not officially become part of the U.S. empire of slavery for another nine years.

The Texas land grab was frenzied.  Granting Mexican land to whites had begun a month before the Battle of San Jacinto.  Under the Constitution of 1836, all heads of families living in Texas on March 4, 1836, “except Africans, descendents of Africans, and Indians,” were granted 1,865 hectares (4,605 acres) of land, while single men were granted, 598 hectares (1,476 acres).  In the following year, the Republic of Texas parceled out more land as the spoils of war — 2.6 square kilometers (one square mile) of land was granted to each and all persons who had participated in the Battle of San Jacinto, men who had been wounded the day before, or those who has been detailed to guard the baggage train.  Additional bounty warrants were granted to all men who had participated in the siege of Bexar, either of the two Goliad campaigns, the battle of the Alamo, or to their survivors.  Later laws provided generous land grants to attract new settlers and encourage slavery.  Despite the disputed borders to the west and south, the Texas insurrection transferred another one million square kilometers (over 390,000 square miles) of Mexican territory into Anglo hands.

The seizure of Texas proved to be a boon to the southern empire of slavery.  Although there is no reliable census of the Anglo population in early Texas, tax rolls indicate that the slave population expanded from an estimated 5,000 in 1836 to 22,555 in 1845, an increase of over 450 percent.  Just five years later, in1850, slaves outnumbered freemen in six east Texas counties and represented between 25 and 50 percent of the population in 29 others.  By 1861, when Texas seceded from the United States and joined the Confederacy, the slave population, which had grown more rapidly than that of free citizens, was approaching 200,000.

The Dispossessed: Exile and Repatriation

The Mexican population that remained in the Texas republic faced open hostility and the constant threat of violence.  Many families were forced to abandoned their land, cattle, and possessions and flee for their lives.  Regardless of their social status, no Mexicans in the territory were safe.  The family of Martìn De León, empresario and founder of the prosperous Mexican colony at Victoria on the lower Guadalupe River, fled to Louisiana after Agapito, one of the sons, was murdered by Mabry B. “Mustang” Gray, who was caught rustling De León cattle, and, Fernando, another son, was wounded in a similar confrontation.   Other prominent Mexican residents of Victoria, including the Benavides and Carbajal, families were driven from their farms and ranches into exile.

Juan Seguín, who had organized the Mexican unit of the Texas militia that served as a the rear guard of Sam Houston’s retreating army and fought bravely at the battle of San Jacinto and who was the only Mexican to serve in the senate of the Texas republic, came under Anglo assault and eventually had to flee to safety in Mexico and take his family with him.  By the end of the 1840s over 200 prominent Spanish families that had lived in San Antonio since the early 1800s, were gone, their properties seized by whites.  The only sanctuary for refugees in the interim republic was in the Mexican settlements along the Rio Grande, especially in the lower river valley.

Armed conflict between Mexico and Anglo-Texas continued throughout the period between the insurrection in 1836 and the invasion of Mexico ten years later.  Mexico did not accept the loss of Texas, and the Texans sought to expand their territorial claims through military action.  The Mexican army entered Texas in 1842 in an unsuccessful campaign to recover the lost territory, and the Anglo-Texans sent an expansionist expedition into the territory of New Mexico in 1841 that resulted in a fiasco at Santa Fe.  Anglos also launched a punitive expedition into the Mexican state of Tamulipas in 1842 that ended in disaster at Ciudad Mier.  Ultimately the fate of Texas was not sealed until the United States waged all-out war against Mexico in 1846-1848.

Slavery continued to be a hot issue on the southern frontier.  Runaway slaves from the plantations of east Texas and Louisiana knew that freedom awaited them across the Rio Grande.  And even though patrols of Texas Rangers, bounty hunters, armed vigilantes, and the natural barrier of the south Texas chaparral stood between them and freedom, the slaves continued to flee, often with the aid of sympathetic Mexicans.  The runaways were granted asylum in Mexico and gunfights were not uncommon when gringo slave hunters crossed the river in pursuit of their fugitive prey.  Continued pressure to defend and expand the southern empire of slavery was the primary factor in the U.S. decision to invade and conquer Mexico.

Será continuado. . . . / To be continued. . . .


Richard D. Vogel is an independent socialist writer. He has recently completed a book, Stolen Birthright: The U.S. Conquest and Exploitation of the Mexican People. Spanish translation by Gabriela Baeza Ventura.