Ten Lashes against Humanism [Diez azotes contra el humanismo]

Una tradición menor del pensamiento conservador es la definición del adversario dialéctico por su falta de moral y por sus deficiencias mentales.  Como esto nunca llega a ser un argumento, se encubre el exabrupto con algún razonamiento fragmentado y repetido, propio del pensamiento posmoderno de la propaganda política.  No es casualidad que en América Latina otros escritores repitieran la experiencia norteamericana con libros como Manual del perfecto idiota latinoamericano (1996) o confeccionando listas sobre Los diez estúpidos más estúpidos de América Latina.  Lista que solía encabezar, con elegante indiferencia, nuestro amigo, el fénix Eduardo Galeano.  Tantas veces lo mataron que se acostumbró a nacer.

Por regla general, las listas de los diez más estúpidos de Estados Unidos las suelen encabezar intelectuales.  La razón de esta particularidad la dio hace tiempo un militar de la última dictadura argentina (1976-1983) que se quejaba ante las cámaras de televisión de las marchas de manifestantes por las calles de Buenos Aires: “no sospecho tanto de los trabajadores, porque éstos siempre están ocupados en trabajar; sospecho de los estudiantes, porque al tener demasiado tiempo libre lo dedican a pensar.  Y usted sabe, señor periodista, que el exceso de pensamiento es peligroso”.  Lo cual era consecuente con el anterior proyecto del general Onganía (1966-1970) de expulsar a todos los intelectuales para arreglar los problemas de la Argentina.

No hace mucho, Doug Hagin, a imagen y semejanza del famoso programa de televisión Dave’s Top Ten, confeccionó su propia lista de Las diez estúpidas ideas más estúpidas de los ideales izquierdistas (Top Ten Stupid Leftist Ideals).  Si tratamos de desimplificar el problema quitándole la etiqueta política, veremos que cada acusación contra los llamados izquierdistas norteamericanos es, en realidad, ataques a varios de los principios humanistas:

10: Ambientalismo.

Según el autor, los izquierdistas no se detienen en un punto razonable de conservación.

Claro que la definición de qué es razonable o no, depende de los intereses económicos del momento.  Como todo conservador, se aferra a que la teoría del calentamiento global es sólo una teoría, como la teoría de la evolución: no hay pruebas de que Dios no ha creado los esqueletos de dinosaurios y demás especies y las ha desparramado por ahí, sólo para despistar a los científicos y probar así su fe.  La mentalidad conservadora, heroicamente inalterable, nunca pudo concebir que los mares pudiesen tener una conducta progresista, más allá de un nivel razonable.

9: Se necesita un pueblo para criar a un niño.

El autor lo niega: el problema es que los izquierdistas siempre han pensado de forma colectiva.  Como ellos no creen en el individualismo, confían que la educación de los niños deba ser hecha en sociedad.

En cambio, el pensamiento reaccionario confía más en las islas, en el autismo social, que en la sospechosa humanidad.  Según este razonamiento de noble medieval, un hombre rico puede ser rico rodeado de miseria, un niño puede convertirse en un hombre moral y ascender al cielo sin contaminarse con el pecado de su sociedad.  La sociedad, el vulgo, sólo sirve para que el hombre moral demuestre su compasión donando a los necesitados aquello que le sobra — y descontándolo de los impuestos.

8: Los niños son incapaces de soportar el estrés.  Razón por la cual no pueden ser corregidos por los maestros con tinta roja o no pueden enfrentarse con las partes crueles de la historia.

El autor acierta al observar que ver lo desagradable en la infancia prepara a los niños para un mundo que no es placentero.  No obstante, algunos compasivos conservadores exageran un poco al vestir a sus niños con uniformes militares y regalarles juguetes que, aunque sólo disparan luces láser, se parecen mucho a las armas de luces láser que disparan otra cosa a blancos (y negros) semejantes.

7: La competencia es mala.

Para el autor, no: el que unos ganen significa que otros pierden, pero esta dinámica nos conduce a la grandeza.

No explica si existe aquí el “límite razonable” del que hablaba antes o si se está refiriendo a la odiada teoría de la evolución, que establece la sobrevivencia del más fuerte en el mundo salvaje.  Tampoco aclara a qué grandeza se refiere, si a la del esclavo de una próspera plantación de algodón o al tamaño de la plantación.  No tiene en cuenta, claro, ningún tipo sociedad solidaria liberada de la neurosis de la competencia.

6: La salud es un derecho civil.

No para el autor: la salud es parte de la responsabilidad personal.

Este argumento es repetido por quienes niegan la necesidad de un sistema de salud universal y, al mismo tiempo, no proponen privatizar la policía y mucho menos el ejército.  Nadie le paga a la policía después de llamar al 911, lo cual es razonable.  Si un asaltante nos pega un tiro en la cabeza, no pagaremos nada por su captura, pero si somos pobres quedaremos en banca rota para que un equipo de médicos nos salve la vida.  Somos individuos responsables sólo por lo segundo. Se deduce que, según esta lógica, un ladrón que roba una casa significa una enfermedad social, pero una peste es apenas el cúmulo de algunos individuos irresponsables que no afecta al resto.  Nunca se tiene en cuenta que la solidaridad colectiva es una de las formas más altas de la responsabilidad individual.

5: La riqueza es mala.

Según el autor, los izquierdistas quieren penalizar el éxito de los ricos con impuestos para dársela al gobierno federal para que gaste irresponsablemente ayudando a aquellos que no son tan exitosos.

Es decir, los trabajadores les deben el pan a los ricos.  Ganarse el pan con el sudor de la frente es un castigo que administran aquellos exitosos que no necesitan trabajar.  Por algo la belleza física ha estado históricamente asociada a los hábitos cambiantes pero siempre ociosos de la aristocracia.  Por algo en el mundo feliz de Walt Disney no existen los trabajadores; la felicidad está enterrada en algún tesoro lleno de monedas de oro.  Por la misma razón, es necesario no dilapidar los impuestos en educación y en salud.  Los millonarios gastos de los ejércitos alrededor del mundo no se cuentan, porque son parte de la inversión que hacen los Estados responsablemente para mantener el éxito de los ricos y el sueño de gloria de los pobres.

4: Existe un racismo desenfrenado que sólo será resuelto con la tolerancia.

No: los izquierdistas ven las relaciones raciales desde el prisma del pesimismo.  Pero la raza no es importante para la mayoría de nosotros, excepto para ellos.

Es decir, como en la ficción del calentamiento global, si un conservador no piensa en algo o en alguien, algo o alguien no existen.  De las Casas, Lincoln y Martin Luther King lucharon contra el racismo ignorándolo.  Si los humanistas dejaran de pensar en el mundo, seríamos más felices porque no existiría el dolor ajeno ni los impiadosos ladrones que roban a los ricos compasivos.

3: Aborto.

Para evitar la responsabilidad personal, los izquierdistas apoyan la idea de asesinar a un no nacido.

El asesinato en masa de los ya nacidos es también parte de la responsabilidad individual, según el pensamiento televisivo de derecha, aunque a veces se llama heroísmo y patriotismo.  Sólo cuando beneficia nuestra isla.  Si nos equivocamos suprimiendo un pueblo, evitamos la responsabilidad hablando del aborto.  Un negocio moral doble de una doble moral.

2: Las armas son malas.

Los izquierdistas odian las armas y odian a quienes se quieren defender.  Los izquierdistas, en cambio, piensan que esta defensa debe ser hecha por el Estado.  Una vez más no quieren asumir sus responsabilidades.

Es decir, los asaltantes, pandilleros menores, estudiantes que ametrallan en las escuelas secundarias, narcotraficantes y demás miembros del sindicato ejercen un derecho al defender sus propios intereses como individuos y como corporaciones.  Nadie más que éstos desconfían del Estado y confían en su propia responsabilidad.  Huelga recordar que los ejércitos, según este tipo de razonamiento, son parte principal de esa responsable defensa hecha por el irresponsable Estado.

1: Apaciguar el mal asegura la Paz.

Los izquierdistas a lo largo de la historia han querido calmar a los nazis, a los dictadores y a los terroristas.

La sabiduría del articulista no alcanza a considerar que muchos izquierdistas han estado conscientemente a favor de la violencia, y como ejemplo bastaría con recordar a Ernesto Che Guevara.  Aunque tal vez se trataba de la violencia del esclavo, no la violencia del amo.  Es cierto, los conservadores no han calmado a los dictadores: por lo menos en América Latina, los han alimentado.  Al fin y al cabo, también éstos han sido siempre miembros del Club de las Armas, y de paso eran sujetos de muy buenos negocios en nombre de la seguridad.  Los nazis, dictadores y terroristas de todo tipo, con esa tendencia a la simplificación ideológica, también estarían de acuerdo con el último razonamiento de la lista: “los izquierdistas no comprenden que a veces la violencia es la única solución. El Mal existe y debe ser erradicado”. Y, finalmente: “We will kill it [the Evil], or it will kill us, it is that simple.  Mataremos el Mal, o el Mal nos matará a nosotros; lo único más simple que esto es el pensamiento de izquierda”.

Palabra del Poder.

A minor tradition in conservative thought is the definition of the dialectical adversary as mentally deficient and lacking in morality.  As this never constitutes an argument, the outburst is covered up with some fragmented and repetitious reasoning, proper to the postmodern thought of political propaganda.  It is no accident that in Latin America other writers repeat the US experience, with books like Manual del perfecto idiota latinoamericano[Manual for the Perfect Latin American Idiot] (1996) or making up lists about Los diez estúpidos más estúpidos de América Latina [The Ten Stupidest of the Stupid in Latin America]. A list that is usually headed up, with elegant indifference, by our friend, the phoenix Eduardo Galeano.  They have killed him off so many times he has grown accustomed to being reborn.

As a general rule, the lists of the ten stupidest people in the United States tend to be headed up by intellectuals.  The reason for this particularity was offered some time ago by a military officer of the last Argentine dictatorship (1976-1983) who complained to the television cameras about the protesters marching through the streets of Buenos Aires: “I am not so suspicious of the workers, because they are always busy with work; I am suspicious of the students because, with too much free time, they spend it thinking.  And you know, Mr. Journalist, that too much thinking is dangerous.”  Which was consistent with the previous project of General Ongaría (1966-1970): expelling all the intellectuals in order to fix Argentina’s problems.

Not long ago, Doug Hagin, in the image of the famous television program Dave’s Top Ten, concocted his own list of Top Ten Stupid Leftist Ideals.  If we attempt to de-simplify the problem by removing the political label, we will see that each accusation against the so-called US leftists is, in reality, an assault on various humanist principles.

10: Environmentalism.

According to the author, leftists do not stop at a reasonable point of conservation.

Obviously the definition of what is or isn’t reasonable depends on the economic interests of the moment.  Like any conservative, he holds fast to the idea that the theory of global warming is only a theory, like the theory of evolution: there are no proofs that God did not create the skeletons of dinosaurs and other species and strew them about, simply in order to confuse the scientists and thereby test their faith.  The conservative mentality, heroically unalterable, could never imagine that the oceans might behave progressively, beyond a reasonable level.

9: It takes a village to raise a child.

The author denies it: the problem is that leftists have always thought collectively.  Since they don’t believe in individualism they trust that children’s education must be carried out in society.

In contrast, reactionary thought trusts more in islands, in social autism, than in suspect humanity.  According to this reasoning of a medieval aristocrat, a rich man can be rich surrounded by misery, a child can become a moral man and ascend to heaven without contaminating himself with the sin of his society.  Society, the masses, only serves to allow the moral man to demonstrate his compassion by donating to the needy what he has left over — and discounting it from his taxes.

8: Children are incapable of handling stress.  For which reason they cannot be corrected by their teachers with red ink or cannot confront the cruel parts of history.

The author is correct in observing that seeing what is disagreeable as an infant prepares children for a world that is not pleasant.  Nonetheless, some compassionate conservatives exaggerate a little by dressing their children in military uniforms and giving them toys that, even though they only shoot laser lights, look very much like weapons with laser lights that fire something else at similar targets (and at black people).

7: Competition is bad.

For the author, no: the fact that some win means that others lose, but this dynamic leads us to greatness.

He does not explain whether there exists here the “reasonable limit” of which he spoke before or whether he is referring to the hated theory of evolution which establishes the survival of the strongest in the savage world.  Nor does he clarify to which greatness he refers, whether it is that of the slave on the prosperous cotton plantation or the size of the plantation.  He does not take into account, of course, any kind of society based on solidarity and liberated from the neurosis of competition.

6: Health is a civil right.

Not for the author: health is part of personal responsibility.

This argument is repeated by those who deny the need for a universal health system and, at the same time, do not propose privatizing the police, much less the army.  Nobody pays the police after calling 911, which is reasonable.  If an attacker shoots us in the head, we will not pay anything for his capture, but if we are poor we will end up in bankruptcy so that a team of doctors can save our life.  One deduces that, according to this logic, a thief who robs a house represents a social illness, but an epidemic is nothing more than a bunch of irresponsible individuals who do not affect the rest of society.  What is never taken into account is that collective solidarity is one of the highest forms of individual responsibility.

5: Wealth is bad.

According to the author, leftists want to penalize the success of the wealthy with taxes in order to give their wealth to the federal government so that it can be spent irresponsibly helping out those who are not so successful.

That is to say, workers owe their daily bread to the rich.  Earning a living with the sweat of one’s brow is a punishment handed down by those successful people who have no need to work.  There is a reason why physical beauty has been historically associated with the changing but always leisurely habits of the aristocracy.  There is a reason why in the happy world of Walt Disney there are no workers; happiness is buried in some treasure filled with gold coins.  For the same reason, it is necessary to not squander tax monies on education and on health.  The millions spent on armies around the world are not a concern, because they are part of the investment that States responsibly make in order to maintain the success of the wealthy and the dream of glory for the poor.

4: There is an unbridled racism that will only be resolved with tolerance.

No: leftists see race relations through the prism of pessimism.  But race is not important for most of us, just for them.

That is to say, like in the fiction of global warming, if a conservative does not think about something or someone, that something or someone does not exist.  De las Casas, Lincoln, and Martin Luther King fought against racism ignorantly.  If the humanists stopped thinking about the world, we would be happier because others’ suffering would not exist, and there would be no heartless thieves who steal from the compassionate rich.

3: Abortion.

In order to avoid personal responsibility, leftists support the idea of murdering the unborn.

The mass murder of the already born is also part of individual responsibility, according to televised right-wing thought, even though sometimes it is called heroism and patriotism.  Only when it benefits our island.  If we make a mistake when suppressing a people, we avoid responsibility by talking about abortion.  A double moral transaction based on a double-standard morality.

2: Guns are bad.

Leftists hate guns and hate those who want to defend themselves.  Leftists, in contrast, think that this defense should be done by the State.  Once again they do not want to take responsibility for themselves.

That is to say, attackers, underage gang members, students who shoot up high schools, drug traffickers and other members of the syndicate exercise their right to defend their own interests as individuals and as corporations.  Nobody distrusts the State and trusts in their own responsibility more than they do.  It goes without saying that armies, according to this kind of reasoning, are the main part of that responsible defense carried out by the irresponsible State.

1: Placating evil ensures Peace.

Leftists throughout history have wanted to appease the Nazis, dictators and terrorists.

The wisdom of the author does not extend to considering that many leftists have been consciously in favor of violence, and as an example it would be sufficient to remember Ernesto Che Guevara.  Even though it might represent the violence of the slave, not the violence of the master.  It is true, conservatives have not appeased dictators: at least in Latin America, they have nurtured them.  In the end, the latter also have always been members of the Gun Club, and in fact were subjects of very good deals in the name of security.  Nazis, dictators and terrorists of every kind, with that tendency toward ideological simplification, would also agree with the final bit of reasoning on the list: “Leftists do not understand that sometimes violence is the only solution.  Evil exists and should be eradicated.” And, finally: “We will kill it [the Evil], or it will kill us, it is that simple.  We will kill Evil, or Evil will kill us; the only thing simpler than this is left-wing thought.”

Word of Power.


Jorge Majfud was born in Tacuarembó, Uruguay in 1969.  From an early age he read and wrote fictions, but he chose to major in architecture and graduated from the Universidad de la República in Montevideo, Uruguay in 1996.  He taught mathematics and art at the Universidad Hispanoamericana de Costa Rica and Escuela Técnica del Uruguay.  He currently teaches Latin American literature at the University of Georgia.  He has traveled to more than forty countries, whose impressions have become part of his novels and essays.  His publications include Hacia qué patrias del silencio (memorias de un desaparecido) [novel] (Montevideo, Uruguay: Editorial Graffiti, 1996; Tenerife, Spain: Baile del Sol, 2001); Crítica de la pasión pura [essays] (Montevideo: Editorial Graffiti, 1998; Fairfax, Virginia: HCR, 1999; Buenos Aires, Argentina: Editorial Argenta, 2000); and La reina de América [novel] (Tenerife: Baile del Sol, 2002).  He contributed to Entre Siglos-Entre Séculos: Autores Latinoamericanos a Fin de siglo, edited by Pilar Ediçoes (Brasilia) and Bianchi Editores (Montevideo) in 1999.  His stories and articles have been published in various newspapers, magazines, and readers, such as El País and La República of Montevideo, Rebelión, and Hispanic Culture Review of George Mason University.  He is the founder and editor of the magazine SigloXXI — reflexiones sobre nuestro tiempo.  He is a regular contributor to Bitácora, the weekly publication of La República.  Translation by Bruce Campbell.